Cosas que apestan · 28 de septiembre de 2011

Cuando se piensa en la diplomacia de un país medio, se piensa en frases sometidas a la semántica de los grandes y en una sucesión de cócteles, exposiciones y actos protocolarios. De eso hay mucho, pero del resto hay más. Los españoles deberíamos saberlo, aunque sólo fuera porque la derrota de nuestra II República estuvo muy relacionada con el hecho de que la práctica totalidad del cuerpo diplomático se pasara a los fascistas durante los primeros días del levantamiento. El Gobierno inglés, que prefería una España débil a una democrática, se habría mostrado favorable a Franco incluso sin la presión de José Fernández-Villaverde, Eduardo Danis, el duque de Alba y otros; pero siempre cabrá la duda con el Gobierno estadounidense.

Cinco millones de desempleados, una economía en recesión, un país intervenido de facto y una banca encantada con la extorsión del ladrillo se bastan para explicar que, de un tiempo a esta parte, nuestro interés por la política internacional acabe en las fronteras de la UE. Sin embargo, nuestra política internacional existe. Seguimos en Afganistán cuando ya es obvio que las buenas intenciones se ahogaron en la sangre de las malas. Mantenemos un apoyo sin matices a la intervención en Libia, a pesar de que la coalición ha ido más lejos de lo que se pactó. Y esta semana, el vocabulario diplomático de nuestro Gobierno insinuó un cambio importante en la diplomacia española para Oriente Próximo.

A simple vista, no ha cambiado nada. España mantiene su reconocimiento del Estado de Israel, su apoyo al establecimiento de un Estado palestino a partir de las fronteras de 1967 y, naturalmente, como si fuera necesario repetirlo, su compromiso con una solución dialogada entre las partes. Pero tras el voto a favor de Palestina en la Asamblea General de la ONU se ha escondido algo que merece una explicación: de las declaraciones de Trinidad Jiménez, ministra de Exteriores, se puede deducir que el Gobierno de Zapatero suscribe de repente que Israel sea un Estado de judíos y sólo para judíos; es decir, un Estado que impediría el regreso de los refugiados palestinos y que se establecería sobre los desvaríos étnicos del sionismo.

La posición de España en el mundo siempre ha sido difícil. Puede que tengamos un país poco relevante desde un punto de vista político y económico, pero geográfica y culturalmente lo tenemos en el escenario principal. Somos un jueves y estamos en medio. Nosotros no podemos lanzar la piedra y esconder la mano a sabiendas de que no se nos pasará la factura, como hacen algunos amigos del occidente americano. Si el Gobierno de Zapatero ha cambiado la política de nuestro país sobre Israel y Palestina, debe explicar por qué y debe explicarlo pronto. Ya hay demasiadas cosas que apestan.

Madrid, septiembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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