Utilidad de la cultura · 18 de octubre de 2011

En los viejos tiempos, era como sigue: si la lata tenía pestaña, caso típico en latas de sardinas, pulpo, en fin, se introducía la llave en el extremo de la pestaña, se giraba la llave con la tensión suficiente y se seguía girando hasta abrir, hela ahí, la lata. Si la lata carecía de pestaña, caso típico en latas de tomates, aceitunas, en fin, había una gama tan amplia de soluciones que el abrelatas llegó a ser uno de los instrumentos más variopintos de la historia de nuestra especie. Yo sentía debilidad por la pieza vertical con forma de colmillo plano adjunta a otra transversal sobre la que se ejercía la presión. Luego llegó el abre fácil y la vida se convirtió en una serie de experiencias místicas: cortes de tres centímetros en los dedos y, a veces, sesiones de amor a martillazos contra la lata de los cojones.

Ahora bien, sea cual sea el método elegido, nadie niega que cuando se trata de acceder al contenido de una lata, lo primero que se debe hacer es abrir la lata. En esto, la ideología y la religión tienen poco que decir. La obra de Adam Smith servirá para lo que sirva; pero, en principio, el conocimiento de Adam Smith no abre latas. Ser monoteísta, ser politeísta, ser agnóstico o ateo valdrá para lo que valga; pero, en principio, no abre latas. Lo único que nos distingue en la forma de encarar el problema es la estética de la solución, desde la más directa de tengo hambre y punto, te abro te como, hasta todas las indirectas que se puedan imaginar en calidad de rito anterior, simultáneo o posterior al acto. Si queremos el contenido de una lata, abrimos una lata y ya está.

Abrir una lata no es como cambiar el mundo. Abrir una lata es notablemente más difícil que cambiar el mundo. Cualquiera puede hacer la prueba: Un simple día, veinticuatro horas. Si nos cruzamos de brazos delante de una lata, es improbable que al final del día haya sufrido alguna transformación; si nos cruzamos de brazos delante del mundo, es improbable que al final del día no haya sufrido alguna transformación. Entonces, ¿a qué viene tanto cuento con el mundo? A que nos enseñaron que abrir una lata es pan comido y cambiar el mundo, un imposible. Para que luego digan que la cultura no tiene utilidad.

Madrid, octubre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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