Acuerdo final · 28 de octubre de 2011

Ahora sí que sí que, bramaban los altavoces de la Cumbre. Era la única frase inteligible del acuerdo final que, no obstante, se recibía con aplausos y suspiros de alivio. Nadie entendía nada. Aunque debía de ser bueno. Soquita banca banca recapi recapi ue, decía Merkelzy hacia el coro, que respondía ahora sí que sí que. Y con el papel del soquita banca banca, que se había impreso en todas las ediciones de todos los periódicos, se envolvían flores que los periodistas repartían, los economistas repartían y el viento empujaba hacia las Bolsas.

Qué subidón. El TSEurofirst 300 en su nivel más alto en doce semanas; el Cac40, remontando hasta un 6,38%; Milán y el Dax de Fráncfort por encima del 5% y el FTSE 100, el 2,4%. Quién dudaba qué deuda de recapi recapi ue. Ni los más enconados se atrevían a ponerle un pero, unos porque tampoco lo entendían y otros porque estaban en el ajo. Por fin, al fin, la dicha. Merkelzy y el coro habían evitado «una catástrofe al mundo», según masculló Zymerkel a última hora de la noche, muy preelectoral, con la grandeur asomándole por el lomo. Indudablemente, indiscutiblemente, incuestionablemente, la jornada había puesto las cosas en un sitio.

Al amanecer del día siguiente, con las flores aplastadas en el asfalto y el papel ya en otros malabares, media Europa seguía girando de alegría como las gallinas del gran Konstantin Eduardovich Tsiolkovski, Kostya, en la centrifugadora del corral de Riazán. Ahora sí que sí que, madas y bacalleros, compañeros-as y en fin. ¡Soquita banca banca! ¡Recapi recapi ue! ¿Podía haber felicidad mayor? Jamás, en la corta pero apasionante historia de la Unión se había robado tanto a tanta gente y con tanta facilidad. Muerta Roma, volvían los brujos.

Madrid, octubre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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