Haciendo Hacienda · 21 de marzo de 2012

Por fin, casi dos años después, recibo una carta que da por zanjado el asunto. Y hay que ver qué carta. Las cartas de Hacienda son magníficas; amenazadoras cuando se trata de informar, amenazadoras cuando se trata de amenazar y amenazadoras cuando se trata, como en este caso, de reconocer un error. Pero bueno, todos somos culpables hasta que se demuestra lo contrario. Todos menos los de arriba, que no reciben cartas; lo acaba de recordar GESTHA al pedir al Ministerio que los autorice a investigar el fraude en las empresas medianas y grandes, porque actualmente están limitados «a la investigación de autónomos y muy pequeñas empresas».

Yo, autónomo, mileurista, sin casa ni coche ni más propiedades que la ropa que uso, un par de ordenadores y un montón de libros, me encontré hace dos años ante un problema de lo más original. Hacienda me exigía la presentación de un documento cuya presentación había dejado de ser necesaria según Hacienda. Era una simple cuestión de forma. Sin un euro de por medio. Y no obstante, han sido casi dos años de malgastar tiempo y recursos públicos y abusar de mi tiempo y de mis pocos recursos, trimestre a trimestre, por una pifia oficial que se pudo haber solventado el primer día si hubieran prestado atención a la primera de mis alegaciones, idéntica a las siguientes y en respuesta a la reiteración de la misma carta.

En febrero, la extraña obsesión de Hacienda se transformó en amenaza de multa por «infracción tributaria de las calificadas como 'graves'». Atentos al pajarito. Graves. En un país cuya economía sumergida supone el 25% del total, 245.000 millones de euros que no pagan impuestos, el Estado se dedicaba a amenazar a un mileurista que según el propio Estado no debía nada de nada. ¿Cómo es posible? Jesús Barcelona, delegado de GESTHA en Asturias, lo explica perfectamente: «El 76% del fraude está en empresas que facturan más de seis millones de euros, pero el 80% de los funcionarios de Hacienda están destinados a controlar a los trabajadores».

En mi caso, no me puedo quejar. Los casi dos años de persecución han terminado con esta joya del eufemismo: «no concurren los requisitos necesarios para la apreciación de la infracción tributaria o de imputación de responsabilidad, por lo que se da por finalizado el procedimiento». Todo había sido un esperpento dentro de un esperpento dentro de un esperpento. Además de pedir lo que según la ley no debían pedir, se lo pedían a quien no era y por una sociedad civil que había dejado de ser dos años antes. Como dijo Marty Feldman en El jovencito Frankenstein, podría ser peor; podría estar lloviendo.

Madrid, marzo.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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