La mano esclava · 9 de abril de 2012

El 16 de marzo, un hombre de 39 años intentó robar en una sucursal bancaria de Valencia. Según la noticia del periódico, uno de los clientes del banco se enfrentó a él y logró que el botín del atracador, detenido este fin de semana en Linares (Jaén), se quedara en diez euros. Diez míseros euros que pagará con unos cuantos años de libertad, porque al delito de «robo con violencia e intimidación» se sumarán sus antecedentes penales. Por lo visto, acababa de salir de la cárcel de Picassent.

Hace tres años y medio, en septiembre del 2008, un indigente entró en una panadería de Badalona y alcanzó una barra de pan mientras agarraba a la panadera por el cuello de la bata. El pan cayó al suelo y se partió en dos. El indigente cogió uno de los pedazos y salió corriendo. Eso fue todo; media barra de pan y un susto sin mayores consecuencias. Pero la panadera denunció al mendigo, que al final fue condenado a un año de prisión por emplear «un medio violento e intimidatorio» y causar «un sentimiento de temor y miedo» a la denunciante.

No son casos tan excepcionales como se piensa. De vez en cuando, a alguna ciudadana de bien se le tuerce el corazón hasta extremos como el de cobrarse media barra de pan y un susto con un año de la vida de otra persona; de vez en cuando, a algún ciudadano de bien se le tuerce la dignidad hasta extremos como el de sentirse en la peculiarísima obligación de impedir que roben un banco. Casi siempre son eso, ciudadanos de bien. Víctimas para la Justicia; verdugos para la ética; la mano esclava de lo que Arendt llamó «la banalidad del mal».

Madrid, abril.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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