Tres días · 4 de julio de 2012

Lunes

El rey y los jugadores de fútbol, el príncipe y los jugadores de fútbol, todo el poder del Reino y los jugadores de fútbol. Pero no hay utilización política; lo suyo es tan inocentemente sentimental como lo de sus medios, que llaman España a los que se prestan al circo y anti España, entre líneas, a los demás. Como decía El País, en deriva hacia El Alcázar, «los éxitos del fútbol español constituyen un alivio indirecto (...) a las destructivas consecuencias de la recesión y el paro». Descontado el cinismo, un alivio directo para los responsables de la recesión y el paro.

Martes

Las tiendas de chinos empiezan a guardar las rojigualdas. Han vendido pocas; al menos, en Malasaña, los Austrias y Lavapiés, donde la bandera de los borbones se limitaba casi íntegramente a los bares. ¿Por la cerveza hacia Dios? Quizás. O un todo por la patria de guiris beodas y nacionales imberbes ante la mirada de familias enteras de fachas y la neutralidad de los inmigrantes, que eran legión. Eso último fue el corazón del día, aunque tampoco salió en la prensa. La policía del Reino los persigue, los detiene, los denigra y los expulsa del país o los encierra; pero ellos aguantan; quieren demostrar que están integrados y salen a la calle bajo el símbolo que los persigue, los detiene, los denigra, los expulsa y los encierra.

Miércoles

Los aliviados, si lo estuvieron, ya no lo están; el fracaso de su España es demasiado evidente. Pero la otra España, que es la España de la mayoría, se equivoca al creer que por reiterar los hechos de la pobreza y el subdesarrollo va a cambiar algo. Nos sobran críticos del sistema y nos faltan creadores. De República, naturalmente, porque el programa regeneracionista que necesitamos sólo es posible con la República. Y hace falta creer, implicarse, «estar dispuesto a ir a la cárcel y a correr el riesgo de la ruina», como pedía Albert Einstein a los intelectuales en su carta a William Frauenglass. De lo contrario, será mejor que compremos las rojigualdas sobrantes. Sus goles son menos ridículos que nuestra ceguera.

Madrid, julio.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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