Cuando no hay nadie · 30 de julio de 2012

La violencia no está de vacaciones; cuesta encontrar una hora sin helicópteros, ambulancias y coches de policía, que siempre van con prisa. La locura no está de vacaciones; hay demasiadas miradas en el filo, más jóvenes que nunca. La ira no está de vacaciones; escapa al calor agobiante de la tarde y fallece en él para resurgir en palabras, gestos, conatos. La pobreza no está de vacaciones; se ve en muchos de los que cruzan el centro y en casi todos los vendedores de las terrazas.

Hay más cosas que no están de vacaciones. La resistencia de algunos; la desesperanza de la mayoría; el cansancio de parados, temporales, discontinuos, falsos autónomos y autónomos precarios; la liberación de la noche cuando la noche es fin de jornada y de la mañana cuando es la mañana; la exasperación en el Metro casi sin oxígeno y, al otro lado, en la imagen contraria de lo social, el privilegio jugando a discreción para no parecer privilegio, como la luna mentirosa de nuestro norte, que mayusculea D en creciente y C en decreciente, menguante.

Cada pocos meses, la política cierra la puerta y olvida dentro la violencia, la locura, la ira, la pobreza, la resistencia, la desesperanza, el cansancio, la liberación y la exasperación. Fiestas, puentes, Semana Santa, agosto. Se va el poder y al irse, afirma: no sois nadie. Se va el contrapoder y al irse, afirma: no sois nadie. Luego se puede decorar y decir que han dejado embajadores, por si acaso. Pero los que se quedan son tan nadie para ellos que sus vidas, en la versión oficial, se congelan hasta nuevo aviso.

Madrid, julio.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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