En órbita · 26 de julio de 2012

Es posible que el último acto de este régimen consista en poner cohetes a la catedral de la Almudena y situarla en una órbita intermedia entre la Tierra y la Luna; haría un favor al paisaje de Madrid y daría una alegría a El Vaticano, supuestamente católico, es decir, universal. Es posible pero improbable, como tantas otras cosas; tan improbable que la mayoría de la gente desestimaría la idea por considerarla absurda, un disparate sin pies ni cabeza.

Ahora bien, supongamos que el disparate catedralicio fuera de utilidad en el gran juego; entonces, tendríamos a cientos de economistas y periodistas advirtiendo sobre el peligro de una generación de naves de granito y estilo neoclásico o apoyando su construcción a gran escala. El absurdo se habría convertido en un hecho político. Nos manifestaríamos a favor y en contra. Nos preocuparía y, con publicidad suficiente, bastaría para distraer la atención de una sociedad entera. A fin de cuentas, somos animales simbólicos. Comemos, bebemos, respiramos y, sobre todo, creamos símbolos; empezando por el dinero y por el valor del dinero.

Hace unas horas, Draghi abría la boca y el rescate total a un país demasiado grande para ser rescatado se difuminaba como por arte de magia. No es magia, por supuesto; es la UE Almudena. Una moneda de cambio. «Una sombra, una ficción» que, habilmente manipulada, arrastra economías, impone planes de ajuste, cambia los equilibrios del poder, asusta, redirige, justifica, etc. Indudablemente, todo es posible; hasta el viejo cuento del lobo. Pero el Capital no lanza catedrales hasta agotar las iglesias.

Madrid, julio.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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