26S · 27 de septiembre de 2012

En la Cafetería Prado no cabe nadie. Todos quieren saludar al camarero que, la noche anterior, se enfrentó a los antidisturbios y les cerró el paso al local, donde se habían refugiado docenas de personas. La gente aplaude y se agolpa en la entrada para mostrar su agradecimiento. Hay abrazos, besos, apretones de manos, aplausos, fotografías. Hasta los menos dados a ese tipo de cosas dejamos el distanciamiento al margen y acatamos el rito. Se lo merece. Alberto Casillas es Madrid, un no pasarán de camisa blanca, con el cuerpo por delante y luego, ya veremos.

A sólo unos metros, en Neptuno, la casualidad responde con un remedo sarcástico a las cifras gubernamentales del 25S. ¿Seis mil ayer? No, seis mil hoy; que rompen el cordón de la policía y ocupan la plaza mucho antes de que llegue la columna de una manifestación distinta, la de CGT. Se habla, se debate, se intercambian experiencias, se prepara la gran jornada del 29, sábado, a las 18.00 h. Esto ya no es un juego. La política dice que los sectores más avanzados del 15M y de la militancia de las organizaciones de izquierda se han cansado de esperar; la cultura, que la forma de dar forma a un sueño es la misma para una República y para un poema: ser acción, destrozar la dictadura de la página en blanco.

Horas después, los grandes medios volverán a la farsa de cada día. En un editorial, el diario El País rizará el rizo con el extraño argumento de que la realidad ofrece «una imagen de España ciertamente distorsionada». El 25S como excepción aberrante; la represión como excepción aberrante; el Estado y sus leyes como excepción aberrante; el universo como excepción aberrante. En su demencia, quizás senil, seguro que monárquica, ni siquiera han caído en la cuenta de que un camarero de Madrid tiene más sentido que todas sus ediciones. Cuando lo descubran, será tarde.


Madrid, septiembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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