El gris de Thatcher · 10 de abril de 2013

Se celebraba la conferencia anual del Partido Laborista, y en la sucesión Blackpool, Brighton, Blackpool, Brighton y etcétera de la década de 1980, interrumpida por Bournemouth en el ochenta y cinco, tocó Blackpool. Cielo cubierto, lluvia y una de mis primeras maestrías en fish and chips.

Junto al Central Pier, me crucé con un delegado. A diferencia de los socialistas españoles, tan positivos ellos, tan reaccionarios ellos, tan nuevo laborismo antes del nuevo laborismo, era un trabajador; ropa de trabajador, piel de trabajador y la mueca que se podía esperar de un trabajador en el gris de Margaret Thatcher. Ahora se dice que Gran Bretaña ya estaba en crisis cuando llegó al poder. Es cierto, pero en una crisis de la economía real: la del fordismo y la distribución de riqueza asociada al fordismo, que su TINA (There is no alternative) ocultó tras una gran burbuja de mercados financieros. El hombre del pier lo resumió de esta forma: «perderemos medio siglo». Y de momento, se han perdido más de tres décadas.

El gris de Thatcher cruzó el canal y llegó a nosotros, alumnos aventajados por gracia de la transición. Impregnó discursos, silencios y actitudes; pero especialmente, exportó caras: de la mujer aterida en Glasgow, del parado en una calle de Liverpool, de los chicos cruzados de brazos en Leeds, del ejecutivo de la City frente a la anciana sola en un bed and breakfast de Sheffield. Ya tenemos casi todo el clasismo de la Gran Bretaña de entonces. Sólo nos falta el pescado envuelto en un periódico.

Madrid, abril.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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