Cíclico · 28 de agosto de 2013

El año que viene, cuando se celebre un siglo de la I Guerra Mundial, se celebrará también la ruptura del ala izquierda de la Internacional Socialista con los antepasados de los hombres y mujeres que hoy corren a apoyar la operación de castigo contra Siria. A los socialistas, devenidos en socialdemócratas y liberales, se les puede reprochar muchas cosas; pero en ese sentido son coherentes. En 1914 estaban a favor del Capital y de la guerra y ahora están a favor del Capital y de la guerra. Con una sola condición: que los puedan esconder tras un puñado de migajas económicas y otro de apelaciones a los derechos humanos.

La IGM costó la vida a diez millones de personas. Fue, como tantos conflictos, una guerra por mercados y materias primas. Ya no se niega; pero entonces se negó y se dijo que los escindidos eran traidores a cada uno de sus países y a la gran causa de la paz. De aquel no que recorrió Europa surgió más tarde el primer movimiento tras la revolución francesa que intentó cambiar radicalmente el mundo y transformar la distopía del clasismo en utopía de igualdad. No importa que fracasara. Lo intentó. No importa que el impulso de sus mejores familias, la bolchevique y la espartaquista, se ahogara entre los errores propios y los ajenos, incluida la destrucción de la revolución alemana a manos, naturalmente, de la socialdemocracia. Lo intentó y, durante años, fue la única esperanza de la humanidad y el mayor temor de sus captores.

No queda gran cosa de aquel movimiento. Apenas unas cuantas siglas y unos cuantos símbolos que se sacan a la calle sin pena ni gloria, porque ser comunista sin ser bolchevique es ser socialdemócrata a destiempo o, peor aún, un estalinista o un apparátchik. Pero eso es irrelevante. Los nombres son irrelevantes. En la era de la explotación, incomparablemente más lenta que el calendario, priman lo cíclico y la farsa, encajados como una muñeca rusa. Que la farsa de hoy no nos coja desprevenidos, sea cual sea nuestro nombre. La esclavitud cultural no se hereda; se elige.

Madrid, agosto.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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