Jules Paivio · 12 de septiembre de 2013

En eso no podía ser más español, porque el delito de España no fue el de llegar tarde, sino el de llegar pronto, cuando los demás no sabían o no querían saber. Como dijo Juan Negrín en su discurso del 1 de enero de 1939, «la locura de las naciones invasoras va induciendo a la opinión mundial de que tal vez esté próximo el día en que sus poderosos pueblos sean recluidos en un nuevo gueto. Entretanto, nos limitamos a demostrar al mundo que la justicia y el Derecho tienen aún quienes los defiendan». Pero eso es pasado, dicen. No tiene importancia. Nuestros combatientes se han ido muriendo uno a uno, generalmente en el olvido y en todo caso sin formar parte de algo notablemente más valioso para nosotros y desde luego para ellos que un reconocimiento individual: la narración perdida.
Ahora, se empieza a conocer el precio de haber renunciado a esa narración. Los hijos culturales del franquismo, empezando por la izquierda política, creyeron y creen que pueden tener un país contra la historia del último país que merecía llamarse España. No entienden que no hay causa suficiente sin un proyecto común ni causa más urgente que un proyecto común. En su falta de visión, la República es un problema sentimental. Muere Jules Paivio, qué pena. Y siguen a lo suyo, «custodiando la rapiña/ para que no se la lleve vuestro hermano».
Madrid, septiembre.
— Jesús Gómez Gutiérrez