Olé · 24 de febrero de 2014

El sentido del humor es lo que tiene. Te levantas una mañana y te llegan las risas de la ultraderecha de un país porque la noche anterior, en la tele, le tomaron el pelo a un montón de «izquierdistas antimonárquicos». Tronchante, sin duda. Y tienen motivos para reír. No por los que, en su inocencia, se tragaron la gracieta de un bufón sino por los que, en su estupidez, cortos cortitos como son en casi todo, creen que un montón de pringados en el régimen monárquico, que han sostenido el régimen monárquico durante décadas, que se han hecho ricos y famosos con el régimen monárquico y que son, además de monárquicos perdidos, profesores en el arte de la manipulación política e informativa, se prestan a una broma sobre un golpe de Estado que terminó en legitimación monárquica para que los ciudadanos sean menos monárquicos y duden más de la información que reciben.

Por una vez, la ultraderecha tiene razón. Es muy gracioso. Y tanto más cuando, al final de la broma, se sumó el cachondeo de un debate más que serio donde sólo había representantes del régimen que, por supuesto, hicieron lo que debían: marear la perdiz, desviar la atención, adormecer, atontar. A mí, que no veo nunca la televisión y que anoche vi el programa por un compañero de uno de los pocos movimientos sociales que apuntan a la cabeza, también me pareció divertido; pero yo sólo me reía por las dos excepciones entre tanto Ansón, perro viejo, capaz de ahogar a un bufón con sus propios cascabeles. Por lo demás, me dio asco y pena. Del asco no voy a hablar; de la pena, brevemente: si un país es capaz de creer que esa gentuza juega con él para liberarlo, es que no tiene remedio. Cómo no se va a reír el fascismo. Setenta y cinco años después del final de su cruzada, los esclavos siguen dando palmas al señorito y diciendo: «¡Ole tu gracia!».

Madrid, febrero.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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