La posición · 25 de marzo de 2014

Supongo que, hace tres años, tenía su lógica. La mayoría de los que salían a la calle no se habían manifestado nunca o no se habían manifestado por nada que hiciera daño al régimen. Así, todo es placidez y armonía; dios aprieta pero no ahoga, la policía es esencialmente justa, la Justicia es esencialmente justa y el mundo premia naturalmente a los mansos. Cualquier plumilla los podía convencer de que, si había pasado algo violento, sería por la violencia de los rebeldes. Y no pocas veces, se convertían ellos mismos en policías.

Pero ya no estamos en el año 2011. Los montajes no cuelan con tanta facilidad. Hasta los plumillas se llevan su parte cuando dan por buenos los atestados de la policía y condenan de antemano a una persona. Hasta algunos mansos se están dando cuenta de que la verdadera infiltración, la más grave para la lucha colectiva, consiste en facilitar la represión mediante procedimientos como renunciar a las técnicas de autodefensa en las manifestaciones. No se trata de lanzar piedras, sino de saber mantener una posición para que se organice, por ejemplo, una acampada o para impedir, por ejemplo, que un grupo de antidisturbios pegue una paliza a una chica o condene a un adolescente a setenta y dos horas de malos tratos.

Quien no entienda eso, que se encierre en su casa y encienda una vela para que la realidad no lo alcance. Con un poco de suerte, se apagará solo y sin el menor asomo de violencia. Con suerte para los demás, dejará de ser lo que es ahora: el punto débil que siempre hace imposible lo posible.


Madrid, marzo.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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