Retrete · 19 de diciembre de 2014

Sentado en el suelo, ladeada la cabeza sobre el inodoro y apuntada la barbilla hacia delante, el magistrado oye voces. Son las cosas de su profesión; vivir constantemente torcido para interpretar rectamente el Derecho, que es canción de cañerías. Brrramjah, le dicen, y también glorrl y una cosa parecida a ndddd-fosss y ndddd-fosss y más ndddd-fosss, porque el Gobierno ha comido mucho y ahora suelta tanta ley que empieza sorda y acaba fricativa, a borbotones.

Momento de revelación: «Decenas de indicios, plop. Tanto de la unidad ideológica, plop. Como de la estrategia, plop. Para desestabilizar al Estado, plop. Y alterar gravemente, plop. La paz pública plop.»

Puesta aún la oreja en el conducto oficial, clavados los ojos en el retrato del rey que todo lo preside y encabronado el cuello en principio de tortícolis, el magistrado traduce y traduce a la mano, que acusa recibo, registra cargos y al final dicta, amén, dictamen, prisión contra siete por el delito de brrramjah, glorrl, ndddd-fosss y ndddd-fosss y más ndddd-fosss sin perjuicio de los sonidos y reos que se puedan añadir con posterioridad, pues la canción continúa y no hay Derecho completo ni sentencia acabada cuando el poder se sienta en el retrete.


Madrid, diciembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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