España · 20 de enero de 2015

Ten buenos apellidos. Ése es un buen principio, porque tendrás los contactos de los buenos apellidos y no habrá nada que no puedas hacer (o, por lo menos, nada adonde no puedas llegar antes que los otros y en mejores condiciones que los otros). ¿Tiempos de bienes? Y más con ventajas competitivas. ¿Tiempos de males? No para ti: lo poco que haya será tuyo.

Pero supón que las cosas se tuercen. Estás creciendo y creciendo con tu esfuerzo y talento de buenos apellidos, que es esfuerzo y talento a secas, simple energía de hombre o mujer que se hace a sí mismo, cuando aparece la ley. ¿Qué va a pasar ahora? Nada, no te preocupes. A ti no te van a reventar a golpes en una calle. No habrá torturas en celdas de un extrarradio. No habrá juez que desprecie la presunción de inocencia. No habrá indefensión y, si hay acusación, será de pruebas insuficientes, circunstanciales, despruebas. Con malos apellidos, bastaría el testimonio de medio policía para llevarte a la cárcel; con buenos apellidos, tu palabra vale más que el testimonio de todo el cuerpo. Y es lógico que sea así, porque la ley es el subterfugio de los buenos apellidos.

Como ves, la vida merece la pena. Sólo tienes que ser lo que eres desde que naciste.


Madrid, enero.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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