Tierra · 21 de agosto de 2015
Esa pelota que va directa a un pozo no es una noción; es un hecho extravagantemente físico, que obedece a las leyes de la física. Por eso va directa a un pozo, por los patadones que le están pegando.―¡Que alguien la pare!
Rueda que rueda la pelota entre miles de millones de hambrientos y excluidos que no la podrían detener aunque les devolvieran las manos y las piernas y que, en la mayor parte de los casos, tienen problemas más inmediatos que afrontar, como qué cómo y dónde me voy a morir.
―¡Que alguien la pare!
Pum, otro patadón, y ahora va más rápida. Los más conscientes de los no tan hambrientos y excluidos discuten no muy deprisa sobre las formas de detener el proceso. Tras mucho deliberar, eligen a uno y lo votan para el club de las patadas, para que pegue con dulzura.
―¡Que alguien la pare!
En el minuto anterior a que la pelota caiga en el pozo se decide que la física que se atenga a razones y que el tipo de los gritos es un pervertido. Será uno de los minutos más tranquilos de la historia, si no el que más. Y uno de los más satisfactorios, porque por fin se ha hecho algo.
Madrid, agosto.
— Jesús Gómez Gutiérrez