Si no nos dividen · 16 de junio de 2011

Más o menos a la misma hora en que ayer comenzaba la campaña de difamación contra el M15M, una mujer de 58 años y otra de 29 resultaron heridas en la acampada de Palma de Mallorca al estallar un artefacto explosivo. Según el delegado del Gobierno sólo fue «un petardo de feria»; un petardo de feria que destrozó una papelera de hierro y logró que sus fragmentos alcanzaran un perímetro de 200 metros. La policía todavía no ha localizado al responsable, un hombre que huyó después de colocar el artefacto; pero si las dos mujeres hubieran estado cerca, la del miércoles habría sido una jornada difícil de olvidar.

Ésa noticia no estará en las portadas de los periódicos de hoy; probablemente, ni siquiera estará en páginas interiores; y si lo está, será en clave de anécdota. Los cierres de filas institucionales y los comunicados solemnes de los Parlamentos son para los militantes del PSOE, del PP, de CiU y del PNV, aunque sólo sufran una mancha de pintura en la ropa o un escupitajo en la nariz; entonces es una agresión, la intolerable lacra de la violencia. Para los demás no hay nada. No está en el guión. La cobertura de un atentado contra integrantes del M15M dañaría la estrategia de manchar su imagen.

Cuando El País abre edición con titulares de crisis («Grupos radicales bloquean con violencia el Parlamento catalán») y lo combina con joyas de la demagogia («Un desahucio menos, una agresión más»), es que sus dueños tienen miedo. Cuando El Periódico de Cataluña reacciona ante enfrentamientos menores con un editorial «En defensa de la democracia», como si estuviéramos en el 23-F, es que sus dueños tienen miedo. Cuando la práctica totalidad de los medios definen lo sucedido ayer con los mismos adjetivos y las mismas descripciones que usaban con la kale borroka, es que el M15M amenaza los pilares del régimen.

El día 15 de mayo, salimos a la calle en la creencia de que sólo pedíamos cosas básicas, cosas normales en una democracia avanzada. Pero el Reino de España no es una democracia avanzada. Ni la ley electoral ha sobrevivido 34 años por tradición ni nuestro sistema fiscal es tercermundista por casualidad ni estamos a la cola de Europa en todos los indicadores sociales porque sí. Lo que en otros países serían simples reformas, aquí son peticiones de carácter revolucionario que no son menos violentas para ellos porque las expresemos con un ramo de margaritas. Quizás no fuera nuestra intención, pero hemos iniciado un camino que pone en duda el orden establecido y que nos llevará, si no nos dividen, más lejos de lo que pensamos.

Madrid, junio.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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