En las ramas · 28 de septiembre de 2015
Tras meses y meses de cotorras electoraleantes, empezó una semana de cotorras electoraleantes. No iba a durar mucho, por supuesto. Una semana sirve siete días por muy largos que sean los rac-rac que suelte un pico. Y, siendo esto ciertamente indiscutible, se sumaba además el hecho indiscutiblemente cierto de que llegaban otras elecciones, como ya iba gritando el vigía: «¡Rac-rac a la vista!». En el ir y venir del flujo electoral, circular como la canción de la gran psicópata Naturaleza, todo eran graznidos y plumas. Si alguien cometía el error de argüir que ni hombres ni mujeres son cotorras, se le infería un estacazo; y ay de la vida cuando, tremenda aguafiestas, replicaba «estoy aquí» con mi hambre y mi injusticia y mi tiempo que pasa y pasa lo queráis o no: a la mierda la vida, se rac-racqueaba.Bueno, eso de la vida no es del todo fiel. Un graznido no da para conceptos de calibre; puede decir ¡viva mi jefe!, como era el caso y, en las treguas de tan rabiosamente revolucionario santo y seña, ¡dame gusanitos! y ¡te quiero te quiero montar!, pero nada que se parezca a un pensamiento elaborado. No eran hombres y mujeres nihilistas haciéndose pasar por cotorras. No despreciaban la vida a conciencia y desde la subversión, sino desde la curda, tajada, pítima o melopea de la pajarez convencida de estar haciendo así sociedad, rac-rac y bien común, pues les habían dicho que, si sacudían las alitas y rechazaban cualquier clase de incitación a la acción y, sobre todo —«que nadie te diga que no lo sabes todo»—, toda clase de incitación al aprendizaje, habría montañas de alpiste y más plumas de las que te puedas clavar en el culo.
Como las semanas empiezan por lunes, dies lūnae, ésta también empezó por lunes; y el rac-rac de las elecciones previas se mezclaba con el rac-rac de las ulteriores. A simple oído, no había cambiado nada; a simple vista, tampoco: más picos en destello de sol naciente y más cagadas al suelo, lleno de excluidos que no tenían ni para plumas. Y entonces, el jefe dijo: «¡Guacamayo, guacamayo, rac-rac, la solución!». Y todos se vistieron de enormes guacamayos y, tras meses y meses de guacamayos electoraleantes, algunos contaban por ahí que habían charlado con una que había hablado con uno que había visto a uno poner huevitos.
Madrid, septiembre.
— Jesús Gómez Gutiérrez