La noche · 24 de septiembre de 2015

Estoy llegando a Sol, de noche. Treinta años después, cuando piense en ella, la fecha de este miércoles no tendrá ninguna de sus caras; será fragmentos de muchas, y algunas calles. Hemos perdido el referéndum. 12 marzo de 1986. Las dos horas transcurridas desde la noticia han apagado la rabia, aunque no la frustración. Me cruzo con gente que llora. Camino entre grupos disgregados que están como a la espera. Me gustaría decir algo que disfrace o duerma la realidad; pero he perdido temporalmente el humor y, siendo tan joven, aún no tengo botiquín de recursos lingüísticos al servicio de las relativizaciones y las mentiras piadosas. Si lo tuviera, sería el primero en aplicarme el cuento.

El 52,5% de la población ha cogido una pala y nos ha enterrado a los demás. Eso no estaba en la pregunta de las papeletas, formulada así: «¿Considera conveniente para España permanecer en la Alianza Atlántica en los términos acordados por el Gobierno de la Nación?». Tampoco pienso yo en ninguna pala. Eso lo digo hoy. En la cabeza del chaval de veintiún años hay una nube de ideas que no alcanzan a tocar las consecuencias, porque tocar e imaginar no es en modo alguno lo mismo. Ve la concesión implícita en la pregunta. Ve cosas del país. Si la veda ya estaba abierta antes, ahora estará abierta sine die. Harán lo que les venga en gana, desde los contratos laborales hasta la guerra sucia, y en el camino destruirán lo poco que queda al margen de su cultura de propietarios, de cuartel, de señoritos escondidos tras radios, televisiones, editoriales, teatros y periódicos dedicados a repartir prebendas y criminalizar y anular el pensamiento. Lo que no ve ese chico, y tardará en ver, es el alcance de la exclusión.

Fuera de todo, menos de la ciudad. Ella no cambia tan deprisa. Se va la gente, y ella permanece. Los amigos entran en la cárcel por una causa, y la ciudad sigue. No habrá memoria ni gratitud, pero la ciudad niega la máxima del poder: que la vida ha empezado hace un minuto. Treinta años el año 2016. Libros prohibidos, vidas prohibidas, voces sin espacio, hilo roto. Salen los amigos de prisión y se encuentran en otro tipo de prisión; pasa el tiempo y más grupos que también están como a la espera. No recuerdo demasiado de aquella noche. Le he estado dando vueltas, y no sé cómo llegué ni cómo volví.


Madrid, septiembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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