Nación · 16 de enero de 2010
1. Haití era, es y será mañana, si nadie lo impide, el factor central en la historia de los Estados nacionales: un error, que sigue sin comprenderse bien y que apenas estamos dispuestos a aceptar en los casos más dramáticos, definidos como Estados fallidos. Algunos creemos que ese error es lo que ha detenido en seco la evolución de la izquierda y la aparición de un nuevo socialismo. Algunos creemos también que sin esa evolución, jamás tendremos ámbitos supranacionales con capacidad, por ejemplo, de asumir la dirección, la reconstrucción y el desarrollo real del protectorado de facto que era y es, inevitablemente, Haití.
2. Cuando Carlos Marx dijo lo que dijo sobre EE.UU. y Méjico, pecó de optimista en su valoración del progreso y resbaló bastante, de un modo típicamente alemán, en su concepto subyacente de la civilización; pero fallando en el presente y con la forma, acertó en el futuro y con el fondo. Mucho antes, cuando se redactó la Constitución de Cádiz, hubo un sueño breve de transformar un imperio, el de la Corona española, en una república común; las circunstancias de la época lo habrían hecho imposible en cualquier caso, pero la idea era correcta. Hace unos días, algún autor apresurado acusaba a Albert Camus de no haber entendido lo que pasaba en Argelia; pero Camus lo entendía tan bien que su razón sigue estando por delante de la cultura política de Francia y a años luz de la argelina. Los siglos XIX y XX fueron los siglos de la soberanía de las naciones; el XXI, si quiere ser mejor, tendrá que serlo de los ciudadanos y de la especie.
3. Todavía hoy circula por América Latina una máxima, supuestamente progresista, según la cual el desarrollo de unos países es el subdesarrollo de otros. Países, dice, no clases sociales; en fin. Pero dejando a un lado ese dislate, resulta que la verdad es justo la contraria: el desarrollo de unos países es imposible a largo plazo sin el desarrollo de otros. Crear ciudadanos que lo sepan debería ser la primera obligación de quien pretende un mundo más justo.
4. A Vic no llegarán las ONG, con sus buenas o malas intenciones y su incapacidad de cambiar la realidad (la limosna no es sustituta de la estructura). Sin embargo, deberían: en Vic tampoco hay Estado. No lo hay en la financiación, si es cierto que su ayuntamiento carece de medios para asegurar la salud y la escolarización de todos, ilegales incluidos; no lo hay en la cultura, porque su ayuntamiento y parte de sus ciudadanos desconocen que la salud y la educación universales son condición del desarrollo, no un capricho moral. La barbarie de la derecha y el sueño aristócrata de una izquierda en las nubes, va llenando Europa de espacios fallidos que los dueños de las naciones niegan o esconden bajo capas de barniz. Gritan xenofobia porque el nombre real, abandono, implica una responsabilidad que no quieren.
Madrid, enero.
— Jesús Gómez Gutiérrez