Prejuicios · 17 de julio de 2010

1. Las asociaciones de prostitutas están de acuerdo: eliminar los anuncios de prostitución en los periódicos sólo serviría para que las prostitutas autónomas se vean obligadas a hacer la calle o a trabajar en clubes, lo que empeoraría sus condiciones laborales y las volvería más susceptibles a caer en manos de mafias, proxenetas o simples empresarios sin escrúpulos. Pero los que van a legislar al respecto, no tienen intención de escuchar a las prostitutas. Ya se ha decidido que es lo moral y punto. Empezaron los chicos de Público, demostrando que determinada izquierda sabe ser tan rancia como la derecha, y ya ha llegado a sus señorías. Los prohibirán, seguro. No importan los hechos: importan la moda y los prejuicios de la élite.

2. Sin salirnos del tema, hay una argumentación que no se debería pasar por alto: la que indica que, prohibiendo los anuncios, se facilitaría la lucha contra la trata de blancas. Paradójicamente, cada vez que se pregunta a los policías que se dedican a la persecución de ese tipo de delitos, responden que prohibir los anuncios no tendría ningún efecto útil en ese aspecto y que podría complicar la situación de las prostitutas autónomas, como afirman ellas mismas. Quizás por eso, J. L. Rodríguez Zapatero se evitó el embrollo argumental cuando, en pleno debate sobre el estado de la nación, declaró: «Mientras sigan existiendo anuncios de contactos se estará contribuyendo a la normalización de esta actividad; por ello, estos anuncios deben eliminarse». Menos mal que estamos en una de esas zonas de las relaciones económicas que nadie quiere ver. Si fuera otra cosa, si de verdad importara, Zapatero tendría que aclarar, en primer lugar, por qué está en contra de la normalización del trabajo sexual, es decir, de que las prostitutas tengan derechos y obligaciones; y en segundo, en qué medida contribuyen los anuncios a la normalización de la prostitución (sic).

3. Ante un un problema, la izquierda que creó los Estados razonablemente democráticos y equitativos escuchaba a las partes, reunía los datos y formulaba un programa político o dictaba una ley; si los hechos se oponían a la tesis original, se cambiaba la tesis original; si no se oponían, tanto más fácil. Pero en la política dictada por los asesores, lo que importa es la tesis del asesor, el negocio del asesor. Personalmente creo que la izquierda política volverá encontrar su espacio cuando recupere la costumbre de buscar la realidad en la realidad; de lo contrario, llegará el día en que creerá a sus asesores cuando le digan, por ejemplo: quita los impuestos a los ricos, carga las rentas del trabajo, congela la inversión pública, promueve la privatización de las Cajas de Ahorro, haz demagogia con las pensiones, amenaza con el copago en la Seguridad Social y llámalo «esfuerzo colectivo».


— Jesús Gómez Gutiérrez


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