Indignos · 22 de junio de 2011

S., puta, autónoma en la práctica pero sin derechos, resume lo que va a ocurrir cuando se prohíban los anuncios de su sector: muchas como ella tendrán que empezar a trabajar para agencias; o peor aún, a trabajar en clubes; o peor aún, a hacer la calle. La prohibición de los anuncios dañará especialmente a personas como S. y, de paso, complicará la lucha contra la explotación sexual al invisibilizar más el proceso.

Si alguien se hubiera tomado la molestia de observar los resultados de las políticas prohibicionistas en el norte de Europa (*), habría descubierto que sólo se consiguió una cosa: empujar a los trabajadores del sexo a la marginalidad, donde están más expuestos que nunca a la explotación. Como se afirma en un cartel de Hetaira, los tratos se volvieron más rápidos y más clandestinos, y sus condiciones laborales, peores. Incluso se produjo un fuerte aumento de las enfermedades de transmisión sexual, porque los clientes, criminalizados por la ley y por la prensa, se mostraban más reacios que nunca a acudir al médico.

Esos son los hechos. Pero de qué sirven los hechos ante la moral. Un sector determinado del feminismo, que en esto coincide con un sector amplio de la población, considera que tanto la publicidad sexual como la prostitución per se son un atentado contra la dignidad de las mujeres y un «crimen de género». Y ya está. Sinceramente, cuesta encontrar un ejemplo más triste de hipocresía, vagancia intelectual y falta de escrúpulos. ¿Por qué? ¿Por qué es indigna la prostitución? ¿Por qué es indigna la fotografía de una prostituta en un periódico?

No son preguntas retóricas; son preguntas que ustedes, los que agitan la bandera de la dignidad y de las buenas costumbres, se deberían formular en voz alta. O mejor aún, tomen papel y bolígrafo, escriban su respuesta y léanla después en voz alta si no se sienten demasiado ridículos. Es fácil y no tienen nada que perder; pero les adelanto que todas sus respuestas serán la misma: es indigno porque mi sensibilidad lo dicta, porque lo digo yo, porque lo dice mi jefa de secta, porque lo han dicho en la radio, porque así me lo enseñaron, porque lo leí en el Antiguo Testamento o en el manual del buen talibán; en suma, porque sí.

Confieso que mi moral está en el extremo contrario. Soy, como la gran mayoría de las personas que cuentan con mi respeto, uno más entre ese montón de pervertidos y zorras donde, casualmente, están los seres más libres que conozco, porque el machismo es cosa de ustedes, damas y caballeros. Pero ésa no es la cuestión. La cuestión es la existencia de un hecho, el trabajo sexual, que existió ayer, existe hoy y existirá mañana con independencia de las medidas que se tomen. Por ese porque sí que tanto les excita, la vida de miles de prostitutas va a ser más difícil. Ustedes sí que saben de indignidad.


Madrid, junio.

(*) Entrevista con Pye Jacbsson. Sobre los efectos reales del prohibicionismo en Suecia.


— Jesús Gómez Gutiérrez


Si les gusta lo que leen


/