La broma permanente · 8 de julio de 2011

Es normal en tiempos de crisis, cuando no se puede o se quiere hacer nada. Recuerdo unos cuantos ministros de Interior de América Latina que, ante sucesos absolutamente terribles, cuya respuesta era competencia suya, se llevaban las manos a la cabeza y criticaban su propio ministerio como si los caballeros o damas en cuestión no fueran los ministros sino unos colegas que pasaban por allí. A grandes males, grandes remedios, dice el refrán; que se convierte necesariamente en a grandes males, grandes estupideces si no hay intención de poner remedio.

Con las agencias de calificación ocurre lo mismo. Llevan toda la vida entre nosotros, haciendo lo que las instituciones económicas quieren que hagan, o dicho de otro modo, haciendo lo que los gobiernos que controlan dichas instituciones quieren que hagan. Han sido y son una pieza clave en el entramado de la economía financiera que sustituyó a la de producción, pero ahora se trata de marear la perdiz y se habla de ellas como si no fueran corsarios del sistema, sino piratas que hacen la guerra por su cuenta y riesgo. El BCE y el resto de los responsables de la UE nos quieren convencer de que el Tratado de Utrecht no se llegó a firmar.

Durante los primeros meses de esta crisis, hablaron de reformar el capitalismo; diez minutos después, de poner fin a los paraísos fiscales; veinte más tarde, de controlar las transacciones financieras; hoy, de meter en cintura a las agencias de calificación; mañana, quién sabe. Es lo que Max Gordon le dijo a Groucho Marx en 1929: «Marx, la broma ha terminado». Y como había terminado, siguió terminando todo el siglo XX entre guerras y destrucciones programadas de países hasta llegar al XXI, que sigue ganando tiempo, digo, terminando.

Madrid, julio.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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