Una recomendación · 25 de septiembre de 2011
Los viejos modelos de organización social tenían un denominador común, con independencia de su raíz ideológica: eran sociedades de información cerrada; la información se creaba en ámbitos completamente al margen del conjunto de la sociedad y se distribuía por canales completamente ajenos al conjunto de la sociedad, que ejercía de consumidor puro. Aún tenemos un pie y medio cuerpo en ese tipo de sociedad. Y es poco probable que algún día se llegue al mundo de Borges en Utopía de un hombre que está cansado, donde «cada cual debe producir por su cuenta las ciencias y las artes que necesita». Pero es indudable que Internet rompió el monopolio de la creación y de la distribución de información.Ahora bien, la información no es tan interesante como un material supuestamente asociado a ella, los datos, «el antecedente necesario para llegar al conocimiento exacto de una cosa o para deducir las consecuencias legítimas de un hecho» (DRAE). Nuestra sociedad de la información no deja de ser, aunque también se haya empezado a resquebrajar en ese aspecto, una sociedad de datos cerrados. No es que el conjunto de la población no pueda acceder a la fórmula de determinada patente, por poner un ejemplo; es que, en general, tampoco puede acceder a los contactos, a las direcciones, a los nombres que necesita. O al pasado. Incluso a pasados teóricamente abiertos a todos, porque pertenecen a un tipo de cultura que no está sujeta a los límites de la propiedad intelectual.
Estos días, los canales oficiales de distribución vuelven a citar uno de esos antecedentes necesarios conocidos como datos que son imprescindibles para saber qué puede ocurrir, qué cabe esperar y sobre todo, quién es quién: el Acuerdo de Londres de 1953, en virtud del cual Alemania consiguió que su deuda externa se redujera «entre el 50% y el 75%» (Alberto Acosta, 2003) y que quedara sometida a la capacidad de pago de la economía alemana, es decir, de tal forma que no afectara en ningún caso a su crecimiento. ¿Qué tenía Alemania que no tenga Grecia hoy? Es una pregunta retórica, por supuesto. Pero si queremos cambiar el mundo, será mejor que rompamos las cadenas de nuestra falta de interés. Los datos, a veces, están a mano.
Madrid, septiembre.
— Jesús Gómez Gutiérrez
Revuelta o revolución / Idiotas y esclavos