Hijos de nuestro tiempo · 20 de diciembre de 2011

Dice Javier de la Cueva que lo que siempre recordará del caso de Pablo Soto, absuelto ayer de la denuncia de Promusicae, Warner, Emi, Sony BMG y Universal, son las gafas para leer que tuvo que empezar a usar tras enfrentarse a toneladas de papeles. Es una consecuencia inevitable del exceso de palabras, como bien sabemos los traductores y los escritores; pero me parece que también sirve de metáfora para lo que ha pasado este lunes: las palabras de la razón y en consecuencia de la cultura, defendidas por Javier de la Cueva y David Bravo, han triunfado sobre las del interés económico de unos pocos.

Obviamente, la batalla no termina aquí. El conglomerado de grandes empresas e intermediarios que controlan la propiedad intelectual seguirá con sus denuncias, sus presiones a los Gobiernos y sus informes falsos sobre piratería, que además de ser una amenaza para los nuevos formatos, son también una amenaza contra los derechos fundamentales. Se trata de sacar hasta el último céntimo de su modelo de negocios; y cuando hayan sacado el último céntimo, de asegurarse que las cosas se mantendrán más o menos como ahora, es decir, con los autores, el público y el dinero del Estado sometidos a su voluntad.

Todo sería más fácil si los trabajadores del mundo de la cultura nos tomáramos la molestia de explicarnos y de informarnos mejor. Hasta cierto punto es lógico que en un ámbito tan proclive a la extorsión como éste, donde la mayoría somos autónomos de facto (pequeños empresarios incluidos) o autónomos sin más, impere la cautela; pero no lo es que permanezcamos en silencio ni, especialmente, que desconozcamos las implicaciones del debate sobre Internet y la propiedad intelectual. A nosotros se nos debería exigir, como mínimo, que seamos hijos de nuestro tiempo. A fin de cuentas, ninguna expresión artística puede estar a la altura si no es, como mínimo, hija de su tiempo.

Es verdad; en España no hay conciencia social de la función de la cultura ni conocimiento real de sus problemas. La calle no ve el día a día de los creadores. La calle sólo se ve a los cortesanos con la boca llena de monedas de oro; al puñado de músicos, actores y directores de cine que matarían por conservar sus privilegios. Y entonces se dice, por ejemplo: acabemos con las subvenciones. Y la gente se alegra de que una editorial pequeña se hunda, de que un poeta no tenga que comer, de que las compañías teatrales cierren. Es el legado del franquismo y de las monarquías. Pero nosotros podemos hacer mucho por romper ese legado. Podemos hablar. Podemos defender a todos los Pablo Soto. Podemos recordar que la justicia es, también, una forma de belleza.

Madrid, diciembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


Si les gusta lo que leen


/