La vida que nos obligan a llevar · 23 de abril de 2012

En el hueco de la escalera, ahorcado. Así lo encontró la mujer que cuidaba de su madre cuando, según se deduce de la noticia, entró en el edificio de la calle Mitsotakis. En la noticia no aparecen nombres ni iniciales. Sólo se dice que la mujer llamó por teléfono a la oficina de la víctima, de donde a su vez llamaron a una ambulancia y que el muerto, un hombre soltero, de 54 años y sin problemas aparentes, había dejado una nota: «No me gusta la vida que nos obligan a llevar».

De Savvas Metoikidis, profesor y sindicalista, hay más datos. Se suicidó al día siguiente, de la misma forma y a una edad parecida, en la casa de su padre. Dejó una carta cuyo contenido no ha llegado aún a los medios, aunque se afirma que es un manifiesto contra la explotación; seguramente, no muy alejado del que escribió en el 2008 y que a estas horas recorre las redes. Al saber lo sucedido, sus compañeros de trabajo emitieron un comunicado donde se lee una promesa: «caminaremos por las mismas calles por donde caminamos con él, durante tantos años, en las manifestaciones y luchas por una educación mejor y un mañana mejor».

Dos suicidios, que son asesinatos políticos, para un viernes y un sábado de abril. Cientos ya en Grecia; dos al día en Italia, según la misma prensa que nos quiere esclavos o muertos y, en cuanto a España, quién sabe; en el Reino de los hijos de papá no se publican esas cosas. «¡Bienvenidos a las metrópolis del caos! —ironizaba Metoikidis hace cuatro años—. Instalen puertas de seguridad y sistemas de alarma en sus casas; enciendan la televisión y disfruten del espectáculo.» Mientras puedan.

Madrid, abril.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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