Arde Madrid · 12 de julio de 2012

Esto es Madrid. La policía ha cargado en Sol, en Preciados, en los alrededores de Benavente, en Tirso de Molina y en Lavapiés, donde cualquiera puede encontrar casquillos de pelotas de goma. Los bomberos van de un lado a otro, apagando pequeños incendios. Desde un balcón, preguntan por la situación en el centro; los antidisturbios acaban de pasar por Espada y, según nos dicen, han disparado contra algunos turistas. Falta poco para la medianoche. Uno de los muchos heridos baja de una ambulancia con un brazo vendado. La gente aplaude.

Dos horas después, en Mesón de Paredes, todavía hay gritos y carreras. Como descubriremos enseguida, la versión de los medios no tiene nada que ver con lo que nuestros ojos han visto. Tergiversan, mienten y llevan la noche a titulares secundarios, donde no pueda romper la fantasía de su paz social. En algunos casos, la mentira tiene fondo de tragedia; en otros, de farsa. Ayer mismo, El País acusaba a un chaval de haber agredido a Juan Barranco durante la manifestación del martes; en realidad, Daniel Esteban estuvo detenido un día entero por llamar «sinvergüenza» al ex alcalde. Otros compañeros no son tan afortunados; los tienen dos y hasta tres días presos, en condiciones propias de una dictadura y siempre, por sistema, los acusan de resistencia a la autoridad, atentado contra la autoridad, desórdenes públicos, etcétera.

Hoy, con un Gobierno de facinerosos, cuesta recordar que los sinvergüenzas también son culpables. Se suman a nuestras marchas mientras subscriben las medidas de Bruselas; escriben columnas de ecos revolucionarios tras haber apoyado las políticas que nos han traído aquí; quieren que mantengamos la protesta en un juego de manitas sacudidas contra el cielo y, naturalmente, justifican la represión. Pero esto, les guste o no, es la realidad. Ya no somos cientos los que pensamos que la ruptura del contrato social exige la ruptura de la paz social. Ahora somos miles. Algunos buscamos una revolución; otros, buscan una reforma; todos, que los facinerosos y los sinvergüenzas prueben su propia medicina.

Madrid, julio.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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