Bandera blanca · 13 de agosto de 2012

Es cierto, fue un mes distinto, con el impulso de los primeros meses del 15M y con una Constitución cuyo entierro se organizaba a toda prisa; pero el contraste entre las calles llenas de aquel agosto y las vacías de éste pesa demasiado. «Es una perversión», afirma L., parada, quien critica el clasismo de fingir que un país está de vacaciones cuando el 49% no las tiene. «Es un descanso», dice M., universitario, «como tomar aire para seguir con la lucha». «Es el canto del cisne del sistema», añade G., precario, con sorna.

A mí, que llevo años en el 49%, me parece una bandera blanca. Desteñida y hecha jirones, como cualquier bandera que exceda su tiempo en un mástil; alguien la izó pensando que izaba el triunfo del Estado del bienestar sobre la barbarie y en realidad mostró su flaqueza y su falta de generosidad a la barbarie, que tomó nota. L. está en lo cierto. Un 49 no es nada. Lo determinante es el 51, dividido entre el 41 que disfrutará «de una sola experiencia estival» y el 10 que se dará el gusto «varias veces» (Ipsos, 2012). Incluso en el caso de que M. y el propio G. también tengan razón, la suya sería una razón inútil: no hay lucha que merezca la pena sin los olvidados.

Desde la playa, haciendo la revolución con una tartera, llega una voz: «¿Y quién impide que el 49 hable, corte calles, convoque manifestaciones, mantenga el pulso?». Gran pregunta, que se contesta con otra: ¿Quién es el 49%? Los que no tienen tiempo ni para pensar, los que se han quedado sin fuerzas, los que no crecieron en un buen barrio ni estudiaron en un buen colegio, los que están hartos de dar la cara para que tanto aristócrata olvide la existencia de las clases sociales y lo que significan. Una perversión, un descanso, un canto del cisne; sí, hay un poco de todo. Pero la bandera blanca está en el 51.

Madrid, agosto.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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