En esta España · 13 de diciembre de 2012

Aquellas jornadas se iban a celebrar en un colegio de Madrid, casi en el centro, pero se enteró una periodista de un medio progre y lo publicó en plan primicia, lo cual terminó con el director del colegio amonestado y las jornadas, a 15 kilómetros de la Puerta del Sol, cerca de la confluencia de los ríos Jarama y Manzanares. Casi hubo suerte; estando en la mira de Interior y la Audiencia Nacional, que los consideraba subversivos, los convocantes podrían haber terminado mucho más cerca, en la comisaría de Leganitos.

Lo dijo Arzallus: unos sacuden el árbol y otros recogen las nueces. Pero normalmente no había mala intención. O no tan mala. Aquel medio, como otros del sector rosa fucsia, no reventaba actos, proyectos y en ocasiones vidas por destruir la revuelta social, sino para reconducirla hacia los planteamientos y las opiniones del medio, tanto por su color, ya mencionado, como por el detalle de que los medios los hacen personas, que forman clanes y que aquí, en esta España, por ciertas cuestiones de clase y cultura, sólo oyen lo que dicen ellos y sus amigos. Además, la forma tradicional de hacer periodítica no ayudaba demasiado; cuando las voces llegan por los contactos de este partido y esa asamblea, los demás se quedan sin voz.

Y cada día, alguien se queda sin voz. A veces son organizaciones; a veces, periodistas y autores. Pasa el tiempo y no surge nada nuevo porque hay mucha gente encargada de que no se rompa la baraja y de que todo quede en familia. Papel, Internet, redes sociales; digan lo que digan los gurús, es lo mismo; cambia la fraseología y el soporte, pero el sistema, izquierda incluida, siempre castiga la independencia y siempre excluye a los que quieren cambiar las cosas.

Madrid, diciembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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