La criada · 16 de enero de 2013

Su segunda vida termina en Roma; es la vida de Caresse Crosby (1924-1970), esposa y socia del poeta Harry Crosby en la editorial Black Sun Press, que en la década de 1920 publicó a autores como T. S. Elliot, Joyce, Ezra Pound, Hemingway y Kay Boyle. Su primera vida termina en Caresse Crosby; es la vida de Mary Phelps Jacobs (1891-1924), la aristócrata de Boston que, un buen día, llamó a su criada y le pidió ayuda porque tenía que ir a una fiesta y el corset le quedaba mal. Desde entonces, se le atribuye la invención del sujetador.

Mary Phelps se limitó a patentar un modelo que tuvo éxito. El sostén ya se usaba en la Europa del siglo XIX; Heminie Cadolle (1889) y Marie Tucek (1893) se habían adelantado en lo que, por otra parte, sólo era el rescate industrial de uno de los inventos más antiguos de la humanidad. La historia tiene pocas autorías demostrables. A veces llega un nombre y se pega a un invento. A veces, es justo; a veces, ni por asomo. Pero esto es un hecho: una especie inteligente no sobrevive miles de años sin darse cuenta de que, con unas telas y unas cintas, se pueden sujetar, aplastar, realzar y disimular, según convenga, dos de las partes más resolutorias de la propia especie.

Dentro de poco, se cumplirá un siglo de aquella reinvención. Se dirá que luego llegó la gran Ida Rosenthal y quizás, que era una socialista rusa huida del zarismo; se dirá que la política patrocinó el cambio al sujetador cuando el Gobierno de los EE.UU. pidió el metal de los corsés para fabricar armas en la IGM y, por supuesto, que Mary Phelps Jacobs, el pasado de Caresse Crosby, fue una precursora, una innovadora. Lo que no se dirá, porque la clase social no importa, es el nombre de la persona que puso la idea y el trabajo; su criada.

Madrid, enero.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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