Meapilas · 26 de enero de 2013

Hace unas semanas, el Ayuntamiento y el servicio de autobuses turísticos de Madrid vetaron un cartel del Centro Dramático Nacional; el motivo, que el vello del pubis de la ilustración «podía herir la sensibilidad de los niños». Y como en los tiempos de la censura franquista, capaz de crear situaciones tan suculentas como el incesto de Donald Sinden y Grace Kelly en Mogambo, los guardianes de las buenas costumbres ofrecieron una alternativa que algunos encontraron hilarante y otros, entre los que me cuento, gloriosa: afeitar el pubis.

No sé lo que habría decidido la redacción del diario La Marea. Por coherencia con su código interno, que rechaza el uso publicitario del cuerpo de la mujer, tendría que haber prohibido el cartel de Yerma en cualquier caso. Pero la coherencia no es compatible con las normas absurdas; hasta el más lerdo intuye que, llevadas hasta sus últimas consecuencias, acaban en el ridículo. ¿Y entonces? Entonces, el debate: ¿Es un pubis claro, o «apenas tiene rostro»? ¿Es un pubis «poderoso», o un «ente pasivo»? ¿Qué refuerza más «un canon de belleza alejado de la realidad»? ¿la pelambrera, el rasuradito, el sinpelo? ¿Qué antecoño «vehicula valores» (sic) más mercantilistas? La redacción lo votaría democráticamente e, incapaz de tomar una decisión, consultaría a «personas externas» sin determinar y diría: no hay pubis bueno si no cabalga «un dragón gigante».

El diario en cuestión tiene derecho a rechazar todos los pubis del mundo; y donde se rechaza un pubis, rechácese la portada de un libro con una mujer desnuda, como acaba de hacer. Por mi parte, me alegro de no escribir en sus páginas y de no ser socio de ese club ni de otros similares, porque la izquierda mediática actual empata con el Opus Dei en cantidad de meapilas. Por una simple cuestión de gustos, que su estética rancia y su fundamentalismo disfrazan de ideología, terminarán rescatando el concepto de «arte degenerado».

Madrid, enero.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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