Bufón · 30 de abril de 2013

Se lo atribuyen a Mark Twain y suena a Mark Twain: «La historia no se repite, pero rima». En realidad, no es más que una versión en negativo y por lo lingüístico de la afirmación de Carlos Marx sobre la repetición de la historia. Cuando no se busca, la rima es la farsa del lenguaje; sabotea frases, se burla de los conceptos y le hace un siete a cualquier estructura, por perfecta que sea. Da igual en qué idioma se escriba y cuántos ojos vigilen. Lo suyo es el ocultamiento y el acecho; una lógica de bufón.

Como la historia tiene una gama de variaciones posibles incomparablemente más pequeña que el idioma, el bufón hace y deshace en ella a su antojo. Un domingo, por ejemplo, alguien dispara en Roma y otros aprovechan las balas para disparar metafóricamente contra los rebeldes; ese mismo domingo, por ejemplo, un hombre clave en un caso clave de corrupción se cae en su piso de Madrid, termina más muerto que vivo y le quita unas cuantas balas a los rebeldes. Si alguien hubiera recomendado en la capital española que se estuviera atento a las lecciones de Italia, habría pillado al bufón in fraganti y sin necesidad de confabulaciones.

Todo tiende a la rima. En un texto, se puede evitar con algo de atención y un poco de estilo, si se quiere; a fin de cuentas, el idioma es un gran cajón con cientos de miles de palabras que se pueden combinar y subvertir por muy canalla que se ponga la gramática. Pero la política es el terreno predilecto del bufón: su rima es tan cíclica e inevitable que hasta el propio azar, cuando interviene, habla en pareado. Lo demás es la pista del dinero, siempre puñetero. Y el juego del interés, siempre descortés.

Madrid, abril.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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