La advertencia · 27 de mayo de 2013

Han pasado 12 días desde que la Audiencia Nacional envió a prisión a cinco anarquistas de Barcelona; 12 días de silencio, roto por un puñado de gente que organiza concentraciones en ciudades como Zaragoza, Madrid y Sevilla y hace pintadas en paredes de la Complutense y Santiago de Chile. Yo no soy anarquista, ni falta que hace para el caso; veo a cinco personas encarceladas sin pruebas y recuerdo unas palabras de la Declaración de Derechos humanos redactada por Maximilian Robespierre, que Bakunin citaba en su famosa carta a la redacción de La Liberté (5 de octubre de 1872): «la esclavitud del último de los hombres es la esclavitud de todos».

Los 5 de Barcelona son la esclavitud del último ser humano, en un sentido tan literal como típico de una sociedad enferma: el ser que no importa; el punto donde confluyen el interés y el odio de la reacción con el cinismo y la hipocresía de las fuerzas que antes se llamaban de progreso. Para la reacción, son carnaza; para la plana mayor de nuestros rebeldes silenciosos, un hecho marginal y quizás oscuro que no sirve de bandera. Pero la máxima de Robespierre es algo más que un imperativo ético y una condición necesaria; también es una advertencia de efectos puramente contables: si la libertad no es causa suficiente, nuestra lucha no es causa suficiente; y si sólo es causa la libertad de los limpios y de los que forman parte de una mayoría moral, no hay ni habrá nosotros posible.

Madrid, mayo.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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