Puma 70 · 4 de abril de 2014

Los detienen en sus casas y en sus puestos de trabajo por un delito de «desórdenes públicos, atentado a la autoridad y lesiones», es decir, por el delito que le cae automáticamente a cualquiera que tenga la mala suerte de ser detenido en una manifestación. Ya son muchos cientos de detenidos con la misma excusa. Casi tantos detenidos como liberados después, tras haberlos multado, humillado, maltratado, criminalizado. Pero la rueda sigue; necesita más sangre para alimentar el temor de la gente y saciar el hambre de los medios.

Ocho hoy, nueve ayer y Miguel en la cárcel. Supongo que, visto desde otro país, costará creer que se pueda desatar una caza de brujas tan extensa y descarada sin que la paz social se rompa. Será que no nos conocen mucho. Entre la pasividad de los sindicatos mayoritarios y el amor de cierta izquierda por las instituciones, todo el peso de lo que se debe hacer recae sobre las propias víctimas de la caza de brujas: el movimiento del que surge el 15M, el 25S y, por supuesto, las marchas del 22M. En su ausencia, España sería un esclavo que se deja morir. Cuando no está, aquí no pasa nada. Cuando se detiene, nadie recoge el testigo.

Tenemos un país que se cae a trozos; pero sólo hay que ver la Red para darse cuenta de que no se cae sólo por el régimen. ¿Caza de brujas? Eso no es tan importante como el traspié de una marquesa y el filón consiguiente de algunos periodistas, siempre rojos con lo fácil y grises o directamente azules con lo difícil. Además, ¿qué me estás contando? Los detenidos no son de los nuestros. No hablan en la tele. No escriben columnas. No tienen medallas de progresista habitual.

Madrid, abril.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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