Válvula · 21 de febrero de 2012

Las brigadas vecinales de Madrid no tienen apoyo masivo; son la iniciativa de unas cuantas personas que convierten el acto ordinario de pasar por una calle en el acto extraordinario de ejercer la ciudadanía. Ante un control policial o una redada, toman nota de lo que ven y distribuyen la información. Así impiden muchas detenciones ilegales. O por lo menos, si no las impiden, anulan el factor que permite la represión de grandes grupos sociales sin que esa represión pase a ser un problema político: el secreto.

Estos días, nuestro país vive jornadas de solidaridad. Resistimos, nos manifestamos, nos reconocemos y quizás recuperamos parte de la esperanza. No está mal. Es indudablemente mejor que cruzarse de brazos. Y es indispensable. Pero si no vamos más lejos, sólo somos vapor en la válvula de seguridad del sistema. Pitamos un poco, salimos en la prensa y después, nada. Ni siquiera impediremos que mañana, cuando el sistema lo considere oportuno, se vuelvan a producir los mismos hechos. Volveremos a casa y el mundo seguirá igual. Saldremos otra vez y el mundo seguirá igual. Y un día nos descubriremos tan cansados que ni siquiera seremos vapor.

De manifestación en manifestación y de huelga en huelga sin continuidad, hemos llegado a un país donde la seguridad de los sin papeles depende de un puñado de vecinos. No es verdad que todo esto, todo lo que vemos, suceda porque no alzamos la voz; sucede porque la alzamos sin poner en duda el marco político y sin poner en marcha una estrategia que nos lleve a alguna parte. Ahora, por primera vez en cuarenta años, tenemos la posibilidad de elegir; podemos creer en nuestra revolución y hacerla real o devolver las cosas al secreto donde morían.

Madrid, febrero.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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